
A fines de marzo la revista Veintitrés me pidió una opinión sobre el rol que cumplen los medios periodísticos y algunos intelectuales en la elaboración del discurso político actual.
Yo efectué una dura crítica a lo que se da  en llamar el Grupo Clarín y acentué, particularmente, lo que a mi criterio había  sido una clara manipulación informativa durante la cobertura del conflicto  Gobierno vs. Campo, tanto por parte del diario como de Canal 13 y TN.
En este caso no hice más que expresar, libremente, la vergüenza que me provocó  -como periodista pero también como simple ciudadano- el ejercicio “periodístico”  del Planeta Clarín y sus satélites.
La reacción por parte de la empresa, como es de suponer, fue inmediata.
Y hasta la consideré razonable.
Es más: a uno de los colegas aludidos, Julio Blanck, le dí explicaciones acerca  de por qué yo lo incluía en una lista de hombres de prensa que -desde mi punto  de vista- sostienen un discurso “progresista” pero le terminan haciendo el juego  al llamado establishment.
Hasta ahí todo bien.
Lo que siguió después es distinto.
Las autoridades editoriales (en este momento no se me ocurre otro término) le  comunicaron a mis jefes que “de ahora en más” dejara de escribir la página 3 del  Zonal (que se supone es la más “importante”) y que me limitara a hacer -es  textual- “notas blandas”.
Una estupidez, realmente.
Pero pocas horas después se emitió otra orden: que no se me autorizara a tomar  la totalidad de días de vacaciones adeudados, que había pedido para esta  semana..
No dieron argumento alguno para justificar la negativa.
La verdad es que por ninguno de estos dos castigos tendría que haberme hecho  mala sangre.
Sin embargo, dije “basta” y tomé la decisión de no seguir adelante con mi  trabajo en el Zonal, harto del doble discurso de este diario, de su hipocresía,  de pontificar en sus editoriales y notas de opinión una cosa para después hacer  otra.
Es tanta la repugnancia que sentí por quienes posan como adalides de la libertad  de expresión que me dije a mi mismo: “hasta aquí llegué”.
Quiero decir: hace más de 20 años que ejerzo el oficio de periodista; conozco  perfectamente los condicionamientos que nos ponen para atenuar o directamente  diluir nuestra vocación de contar y decir las cosas como uno cree que son, aun a  riesgo de equivocarse.
En fin, en casi todos lados he comprobado (eso tan viejo pero siempre vigente)  que una cosa es la libertad de prensa y otra la libertad de empresa.
Pero lo que viví en Clarín en los últimos tiempos superó todo… Gracias a Dios,  ¡todavía tengo vergüenza!
Pero lo que ya no tengo es estómago para tragarme las cosas que hace este diario  en nombre del periodismo.
A esta altura ya no puedo soportar tanto cinismo.
Como cuando desde un título o una nota se insiste en que no decrece el nivel del  trabajo en negro y las condiciones laborales son cada vez más precarias, siendo  que en todas las redacciones del Grupo se emplea a pasantes a los que se los  explota de manera desvergonzada, obligándolos a hacer tareas de redactor por la  misma paga que recibe un cadete, sin obra social ni vacaciones.
Es el mismo cinismo de despotricar contra la desocupación al tiempo que se  lanzan a la calle nuevos productos sin contratar a trabajadores, duplicando y  hasta triplicando el horario de los que ya están dentro de la maquinaria.
Es el mismo cinismo de presionar a redactores para que se conviertan en  editores, bajo la promesa (falsa) de que “algún día” se les reconocerá la  diferencia salarial.
Si, como se sostiene el martes 15 en la cotidiana carta del editor al lector,  “son los medios y los periodistas los que deben regularse y actuar con  responsabilidad democrática”, pues bien Sr. Kirschbaum, yo empiezo por esa  tarea. Porque si Clarín tanto se rasga las vestiduras asegurando que respeta la  libertad de expresión, ¿por qué sanciona a un periodista que vierte, ejercitando  esa libertad de pensamiento, una opinión?
Tengo otras cosas para decirle a usted y a quienes lo secundan (si es que a esta  altura todavía están leyendo…): la demonización que practica el diario a través  de un “inocente” semáforo que cumple la misión de dividir al mundo en ángeles y  demonios (según el interés ideológico o comercial del Grupo), ha llegado al  nivel de un verdadero pasquín que nada tiene que envidiarle a las publicaciones  partidarias.
Es peor todavía, porque éstas tienen la honestidad de reconocerse como  expresiones de un partido político o de un espacio ideológico.
En cambio, Clarín se imprime bajo el infame rótulo de periodismo independiente…
En pos de engrosar la cuenta bancaria se ha perdido todo decoro.
Da la sensación de que los que se llaman periodistas o columnistas ya ni sienten  un mínimo de pudor por haberse convertido en contadores del negocio mediático,  desvividos por saber cuánto dinero ingresa a las arcas; lo único que les falta  es salir con el camión de Juncadella.
Digo esto porque ha sido patética, en la misma carta del editor del martes 15,  la reacción editorial contra otros medios periodísticos competidores que  estarían atreviéndose a morder un pedazo del queso que el Grupo quiere  deglutirse, como de costumbre, solito y solo, calificando a aquellos de  miserables, travestidos y miembros de una jauría.
¡Después cuestionan a D’Elía o a Moyano por las palabras “ofensivas” que lanzan  contra el periodismo independiente y democrático!
La mayoría de quienes me conocen saben de mi simpatía y hasta cierta militancia  por el peronismo.
Pero también saben que no me une ningún tipo de relación con el gobierno, ni con  su tan temido Observatorio de Medios, ni con los jóvenes de la Cámpora ni  tampoco con sus “grupos de choque”.
La aclaración vale para que estén tranquilos y no piensen que durante estos  siete años fui un agente infiltrado en el Zonal Morón.
Simplemente amo el trabajo periodístico, tengo pensamiento propio (aunque, qué  le vamos a hacer…: no es el políticamente correcto) y un compromiso de honrar mi  oficio.
A Ricardo Kirschbaum, a Ricardo Roa y a tantos otros que mandan les digo que  estoy preparado para asumir lo que venga, porque no me extrañaría que las  redacciones de otros medios empiecen a recibir llamados telefónicos pidiendo que  se me prohíba trabajar de lo que soy.
Tan libre me siento, tan espiritualmente íntegro de poderles decir lo que les  digo (aunque les resbale), que ya no me importa si la larga mano del Grupo le  pone candado a mi futuro para no dejarme otra opción que trabajar como remisero  o repositor de supermercado.
Me voy orgulloso de haber seguido aprendiendo lo que es vocación, oficio,  dignidad y ejercicio responsable del buen periodismo.
Que me lo dieron los jefes de los zonales y un montón de amigos y compañeros a  quienes no voy a nombrar para evitarles quedar marcados por mi cercanía  afectiva.
Me voy avergonzado de la conducta de quienes deberían honrar el trabajo  periodístico y no lo hacen.
CD/
Claudio Díaz diazdeoctubre@yahoo.com.ar 
Fuente: Nac&Pop
 

 
1 comentario:
Esto es como el milico que habla luego de que todos se callan. La excepción para vencer al idiota que te manda callar cuando despotricas contra los medios. La prueba final para el mediocre, la evidencia para nosotros, que sabemos como viene la mano desde hace rato.
Rolando
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